En la práctica realizada el 2 de marzo hemos podido reflexionar y hablar con nuestro grupo sobre una situación en la que hayamos necesitado ayuda. Tras esto, hemos puesto en común con el resto de la clase nuestra vivencia como usuarias. Posteriormente, hemos considerado que la experiencia que a continuación exponemos, de una de las integrantes de nuestro grupo, nos ha permitido ponernos en su lugar y trabajar así la empatía de cara a nuestros posibles futuros usuarios y aprender a comprender sus sentimientos y emociones.
“Hace tres años y durante casi un año pasé una depresión. Me sentía triste y cansada durante todo el día, con un nudo en la garganta que no me dejaba expresar lo que sentía y simultáneamente de mal humor con la gente que me rodeaba: mis amigas, mi pareja y mi familia. Y todo esto, sin yo poder identificar ni ponerle nombre a lo que me estaba ocurriendo. Mi madre, que sí intuía lo que me ocurría, me acompañó al médico y allí me diagnosticaron y me explicaron que tenía depresión. La médica me derivó a la psicóloga del ambulatorio, aunque tras varias visitas abrumadoras decidí no continuar con la terapia en el centro, pues sentía que que estaba en un interrogatorio y la profesional no me transmitía confianza.
Yo sabía, no obstante, que necesitaba ayuda así que acudí a una psicóloga que me recomendó una amiga. Al principio tenía un poco de miedo a que la experiencia volviera a ser negativa y además tampoco sabía expresar muy bien lo que sentía. Sin embargo fue todo lo contrario, la psicóloga se mostró siempre muy comprensiva y no me sentí juzgada en ningún momento. Hace poco más de un año que finalicé la terapia y creo sinceramente que acudir allí y pedir ayuda es la mejor decisión que he tomado nunca”.
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